Gracias Carlos Fushan por el estudio.
Decidirme a escribir este
artículo no fue fácil. Su contenido
controversial seguramente convulsionará
los sentimientos de muchos hermanos amados, quienes tendrán que
confrontar la amarga posibilidad de, quizá, estar siendo desviados sutilmente
por la astucia del diablo, mediante las tradiciones de su cosmos.
Puedo afirmar que esta
obra se logró publicar más por obedecer la voz de mi espíritu que por seguir el
sentimiento de mi corazón. Un versículo de la Escritura motivó especialmente mi
voluntad para hacerlo: “En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios: cuando amemos a Dios y practiquemos sus
mandamientos." (1 Jn.5.3).
Guardar los mandamientos
de Dios, constituye, entonces, la más grande expresión de amor que alguien
pueda manifestar jamás hacia sus hermanos en Cristo. Tal es la razón
que me dio fuerzas para publicar un tema tan conflictivo, con una oración, a fin de que, también
otra porción de la Palabra pueda ser cumplida en el corazón de cada cristiano
lector:
“Porque éste es el amor de Dios: que obedezcamos sus mandamientos; y sus
mandamientos no son gravosos.” (1 Jn.5.3).
CWF
Isla de Margarita, Diciembre de 1990.
Nimrod
“Y Cus[1] engendró a Nimrod,
quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra. Éste fue cazador poderoso
enfrentado[2] a YHVH. Por esto se
dice: Poderoso cazador enfrentado a YHVH, como Nimrod.”
Gn. 10.8-9
Nimrod, nieto de Cam, y
decimotercero en la genealógica, aparece en la Biblia como uno de los
principales constructores de la torre de Babel, la Babilonia original, ciudad
que junto con Erec, Acad y Calne, constituyeron el comienzo de su reino en Mesopotamia (Gn.10.10). Posteriormente, cuando
Nimrod fue fortalecido,[3] edificó cuatro ciudades más, que junto con las primeras obras
de este "poderoso cazador", parecen haber dado origen a la forma del
imperio y de gobierno humano juntamente con sus sistemas de competencia
organizada y economía del lucro, que rigen y persisten desde entonces en el
mundo.
Nimrod, el hombre y su nombre[4] simbolizan el esfuerzo humano por implantar la independencia del hombre de la voluntad
divina, como copia terrenal del camino
que inició Lucero en el cielo.
Tan pronto como estos
sistemas de gobierno humano fueron instaurados sobre la tierra, en las mismas
raíces babilónicas, emergió un falso sistema religioso de adoración que
enseñaba que Nimrod había llegado a ser al mismo tiempo el hijo de su “virgen”
esposa Semiramis.
Muerto prematuramente, su
llamada esposa-madre, inventó y propagó la perversa doctrina de la
supervivencia de Nimrod como un ser espiritual.
Semiramis sostenía que, de la noche a la mañana, un gran árbol (tipo
siempre verde) había surgido de una cepa muerta, lo cual era símbolo de la
resurrección de su hijo a una nueva vida. Ella declaró que en cada aniversario
de su natalicio, Nimrod dejaría regalos al pie de un árbol.
Después de varias generaciones, Semiramis llegó a ser
conocida y adorada por los babilónicos como "la reina del cielo",[5] y Nimrod se convirtió en el "divino hijo del cielo", a quien se le adoraba como la encarnación del
sol. Así, por muchos siglos, esta
misteriosa religión pagana llegó a desarrollarse poderosamente como una "copia"
del verdadero programa redentor de Dios declarado en el “Proto-Evangelio”.[6]
Este falso sistema
religioso babilónico (Semiramis y Nimrod nacido nuevamente), llegó a
convertirse en el principal objeto de adoración de la humanidad, y dio inicio a
la veneración y culto conocido
como la adoración de "la
madre y el niño" que,
con variación de nombres según las distintas civilizaciones a través del
tiempo, se extendió por toda la tierra.
En Egipto, la madre y el niño eran adorados bajo los nombres de Isis y
Osiris. En la India, aún hasta hoy, se los conoce como Isi e Iswara. En Asia, ella era Cibeles y él Deoius. En Grecia, ella era la Gran Madre, Serea, y
él, Plutus. Aun en el lejano oriente (en el Tibet, la China, y el Japón),
encontramos la contra parte de la Madona
e il Bambino, tal como es adorada actualmente por la Roma Papal. En
aquellas lejanas regiones, la madre se llamaba Shing Moo, la Santa Madre de
China, y estaba representada con su hijo en brazos y un halo de gloria que los
rodeaba, en una representación patética del arte Católico Romano. Finalmente en
la Roma pagana, la pareja llegó a ser conocida como Fortuna y Júpiter. Así, es
sorprendente observar como todos estos equivalentes de los actuales "Madona e il Bambino" fueron objeto
de cultos de idolatría miles de años antes del nacimiento de Cristo.
Moisés
“Estos son los estatutos y decretos que cuidaréis de poner por
obra en la tierra que YHVH el Dios de tus padres te ha dado para que tomes
posesión de ella, todos los días que vosotros viviereis sobre la tierra:
Destruiréis enteramente todos los lugares donde las naciones
que vosotros heredaréis sirvieron a sus dioses, sobre los montes altos, y sobre
los collados, y debajo de todo árbol frondoso.
Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y sus
imágenes de Asera consumiréis con fuego; y destruiréis las esculturas de sus
dioses, y raeréis su nombre de aquel lugar. No haréis así a YHVH vuestro
Dios,...”
Dt.12.1-4
Esta solemne
advertencia forma parte del discurso de
despedida de Moisés. Como un urgente reclamo por la lealtad, gratitud y
obediencia que Israel debe a YHVH, Moisés "repite" (Deuteronomio significa "repetición") del modo
más fuerte posible, el significado del Pacto que Dios había hecho con los
israelitas en el Monte Sinaí, ante su inminente ingreso en Canaán, y en vista
de los subsiguientes peligros que representarían para ellos la asimilación de
las costumbres idolátricas existentes.
Desde el capítulo doce, la
forma y el contenido del mensaje de Deuteronomio cambia para dar inicio a la
comunicación de leyes individuales que reglamentaban la adoración al único y
verdadero Dios, y amonestaban contra la apostasía. Específicamente, esta es la parte que
concierne al presente estudio, pues tratará acerca del instructivo que Dios dio
a un pueblo que, hasta ese momento en el desierto, había hecho "lo que
bien le parecía" (12.8), pero que ahora, estando a punto de entrar en
relación con otras naciones, iba a recibir la advertencia del riesgo que representaban
las tradiciones de aquellos pueblos.
"Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres"
les había mandado Dios específicamente (Dt.12.13), como advertencia del grave
peligro que se cernía sobre Israel al momento de trabar contacto con
pueblos de costumbres que eran
abominables para Dios.
A pesar de que para el
futuro de los israelitas ya habían sido anunciadas proféticamente las
ineluctables consecuencias de su desobediencia (Lv.26.30), no obstante ahora,
Dios los amonesta respecto a costumbres paganas, las cuales representaban un
peligro inminente para la salud espiritual y física de los israelitas.
La posibilidad de que las
tradiciones de los cananeos pudieran ser prontamente asimiladas por Israel,
llevando al pueblo escogido en pos de dioses distintos al Verdadero (Ex.34.14),
fue prevista y solemnemente advertida por Moisés. Israel debería, por tanto,
cuidarse de hacer alianza con los moradores de aquellas tierras; "...porque -les había dicho Dios- fornicarán en pos de sus dioses y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te
invitarán, y comerás de sus sacrificios." (Ex.34.15).
La apremiante amonestación
dada por Moisés al pueblo de Israel en las llanuras de Moab, poco antes de
entrar en la Tierra Prometida, tenía, pues, como propósito, fortalecer la virtud
de Israel como Pueblo Escogido, para que éste diera aplicabilidad al Pacto de
la Ley bajo tales condiciones cambiantes.
En los registros mosaicos,
las bendiciones y las maldiciones aparecen en variedad tal, que poco se
necesita decir respecto a la calidad
del pacto que Dios había hecho con Israel. El amplio listado que registran los
capítulos 27 y 28 del libro de Deuteronomio es por demás detallado. Y no es
sólo en el Pentateuco donde se establecen bendiciones y maldiciones como
consecuencia de la obediencia o la desobediencia. Todo el campo de la profecía
pre-exílica se halla atada a éste aspecto del Pacto, predominando en ella
siempre ambos fenómenos naturales: fertilidad y hambre; salud y enfermedad; victoria y derrota; paz y destrucción; acontecimientos que
también llegaron a contraponerse como consecuencia de dos actitudes vitales:
obediencia y desobediencia.
Para Israel entonces, de
allí en adelante, la bendición y el bien y la vida, sería el amar a Dios
guardando sus mandamientos, en tanto que la maldición, el mal y la muerte sería
para ellos el resultado de apostatar en pos de otros dioses.
El fracaso del pueblo
israelita en adaptarse al prototipo del hombre según la justicia divina, se
torna más evidente cuando se confronta con la incomparable descripción que el
Pentateuco registra de Moisés. Tal descripción se registra en términos de una
relación íntima y cercana a Dios. Es
Moisés quien, como siervo fiel, es puesto sobre "toda la casa de
Dios" (He.3.2); pero este servicio es uno, no de servilismo, sino de
confianza y comunicación entre Señor y siervo: "Cara a cara hablaré con él, - declaró Dios
respecto a Moisés - y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de
YHVH." (Nm.12.8). La conversación "cara a cara" expresa la misma
forma en que un hombre habla con su amigo, con entera confianza, sin nada que
esconder o disimular (Ex.33.11).
Como observaremos más
adelante, las costumbres de las naciones cananeas llegarían a influenciar
fatídicamente en el pueblo de Israel. La adoración a Baal, Asera, Astoret y otros dioses, así como
los lugares altos escogidos para
tales prácticas idolátricas, constituirían, hasta el exilio babilónico, su más
grande lacra como pueblo escogido. Las reiteradas advertencias de los muchos
profetas que, vez tras vez, Dios habría de enviar a Israel, y las terribles
consecuencias de la desobediencia que proféticamente se advirtieron con todo
detalle durante ochocientos años, sirvieron para comprobar la bíblica verdad que Dios había extendido sus manos a un pueblo rebelde y
contradictor (Ro.10.21).
Balaam
“Moraba Israel en Sitím; y el pueblo empezó
a fornicar con las hijas de Moab, las cuales invitaban al pueblo a los sacrificios
de sus dioses; y el pueblo comió, y se inclinó a sus dioses.” (Nm. 25.1-2)
Al iniciar este capítulo,
es importante recordar que durante la cuarta generación del cautiverio
israelita en Egipto, Dios no sólo había estimado que el momento oportuno de
libertar a su pueblo había llegado (Ex.3.7-9), sino que, para ese preciso
tiempo, comenzaron a cumplirse las palabras
que el mismo Dios había anticipado respecto a los habitantes de Canaán: "Y
en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del
amorreo hasta aquí"
(Gn.15.16).
Así, Dios no sólo se
proponía libertar a su pueblo del yugo egipcio, sino que al mismo tiempo había
decidido utilizar a Israel como un instrumento de castigo para hacer que la
tierra de Canaán "vomitara" a
las naciones que allí vivían, a causa de la terrible maldad de sus pecados
(Lv.18.1-30).
Es precisamente en este
marco histórico que la Escritura da entrada al profeta Balaam, un vidente
alquilado por Balac, rey de Moab, para que maldijera (y por ello destruyera) al
pueblo de Israel.
Balaam constituye una
figura extraña y singular en el A.T. pues, aunque era un extranjero, estaba
sujeto a los mandamientos del Dios de Israel. Contrario al caso de Asiria,
quien sin saberlo llegó a ser la "vara del furor" de Dios para
castigo a los judíos (Is.10.5 s.s.), la Biblia describe a Balaam como una
persona consciente de que sus poderes procedían de Dios, sin poder él llegar a
"traspasar sus dichos para bien o para mal" (Nm.24.13).
Pero Balaam es también un
personaje peculiar por cuanto, al igual que su contratante, el aborrecimiento que
siente hacia Israel manifiesta la oposición consciente de sus propias visiones y profecías. Vemos así
cómo, a pesar de que el motivo de su viaje desde Mesopotamia a Moab fue la
codicia y el afán al lucro (Dt.23.4), no pudo cumplir los deseos de Balac; y en
lugar de maldecir a Israel (bajo la natural desesperación de Balac, su rey
contratante), no pudo sino abrir su boca para bendecir al pueblo, y esto por cuatro veces consecutivas. Luego, el
enigmático vidente regresó a su hogar (Nm.24.25).
Sin embargo, no termina aquí la historia que
nos interesa. Ulteriores registros bíblicos (2 P.2.15; Jud.11; Ap.2.14) permiten
inferir que los desgraciados acontecimientos que sucedieron a Israel en
Baal-peor luego de la partida del profeta Balaam (Nm.25.1-18), fueron el
resultado de un plan que urdió el malvado vidente cuando comprobó que los
israelitas no podían ser objeto de maldición por parte de Dios.
En todos estos registros
bíblicos se aprecia que el deseo de Balaam por destruir a Israel no era
superficial. La idea de Balaam llegó a desarrollarse con inteligencia poco
común, y denota un profundo conocimiento
de las debilidades del carácter de los israelitas. Las pérfidas instrucciones
que el profeta alquilado dio al rey de Moab, fueron diligentemente aplicadas
por éste, y lograron hacer que Israel perdiera su comunión con Dios. Con la
pérdida de comunión, sobrevino la división,
y a la división, sobrevino la pérdida de poder...
e Israel fue vencido por sus enemigos.
La figura de Balaam, aún
mucho después de los acontecimientos históricos de la conquista de Canaán,
permanece vigente como símbolo de una seria advertencia respecto a la
apostasía. En el Nuevo Testamento se registran tres características de la
personalidad de Balaam: La primera es su
camino (que no es precisamente
recto), el cual, según lo expresa el
apóstol Pedro, constituye un
paradigma de todas las herejías de destrucción que encubiertamente son constantemente introducidas por los falsos
maestros con el propósito de que la verdad sea blasfemada (2P.2.1-22).
La segunda es su error, mencionado por Judas apóstol
(juntamente con el camino de Caín,
quien representa al hombre natural religioso que cree en un Dios y en una
"religión" según su propio pensamiento y voluntad, pero rechaza la
redención gratuita por medio de la Sangre).
El error de Balaam ha de distinguirse del de su camino, y del de su doctrina, en que este “error” fue su razonamiento. Balaam, en
base de la simple moral natural, consideraba que, viendo el mal y el pecado en
Israel, Dios debía maldecir a ese pueblo (Nm.24.1). Balaam era ciego tocante a
la más elevada moral de la Cruz, por medio de la cual Dios mantiene y fortalece
la autoridad y las terribles sanciones de Su ley, de tal modo que el Dios tres
veces Santo puede permanecer siendo justo al mismo tiempo que justifica al
pecador que cree en el Justificador.
Finalmente, la doctrina de Balaam (Ap.2.14) consistía
en las enseñanzas e instrucciones que el vidente dio a su
alquilador, respecto a la única forma que el rey de Moab podría vencer a sus
enemigos. El consejo consistía en lograr que los israelitas cohabitaran con
mujeres extranjeras. Después de la natural confianza que sobreviene a las
relaciones sexuales, las moabitas tendrían la libertad de invitar a todo el pueblo a las “alegres” festividades de sus
dioses. Una vez allí, entre el bullicio y el jolgorio... ¿qué mejor cosa que
una buena comida? Entonces (y a esta altura el cristiano lector hará bien en
observar cuidadosamente, que la acción que está a punto de sobrevenir es mucho
más importante que la fornicación misma), después
de comer los alimentos sacrificados a sus ídolos, los israelitas se
inclinarían por ello ante los dioses
de Moab, cometiendo adulterio espiritual hacia Dios, perdiendo la santidad
requerida como pueblo escogido, y obviamente su unión con Él. Es digno de notar
que todo culto de adoración idolátrica (sin excepción) era seguido invariablemente
por la acción de comer los alimentos previamente ofrecidos en
sacrificio. De esta forma, desde muy temprano, aún antes de entrar en la Tierra
Prometida, estos tristes hechos llevaron a Israel a cometer acciones que
terminaron arruinándola como nación.
Ahora bien, con el
propósito de ilustrar mejor el tema que nos ocupa, describiremos someramente
las particularidades de los dioses que los cananeos adoraban. A saber, Baal, Asera
y Astoret.
“Baal” es nombre común que
significa "amo",
"señor", "poseedor".
De los hallazgos de Ugarit se evidencia que el nombre real de Baal era Hadad,
dios supremo cananeo, y fue posiblemente el temor a pronunciar su nombre
real lo que hizo que éste se olvidara y
fuera suplantado por el epíteto Baal. En
su inicio, éste fue un dios atmosférico (del rayo, del huracán y del viento y la lluvia),
pero debido al proceso de influencia astral que sufrió el culto cananeo,
fue adquiriendo las características solares que aparecen en representaciones
posteriores.
Las naciones de Canaán
atribuían a este dios la lluvia, la fertilidad de los campos, especialmente de
la viña y de la higuera, y era representado rodeado de frutas y racimos. Los oficios de su culto eran crueles además
de licenciosos, hiriéndose sus
sacerdotes con frenético fervor (1R.18.28) e incluso ofreciendo víctimas
humanas (Lv.18.21;Jer.19.5; 32.35).
Asociados a este dios
amorreo, se encontraban un par de deidades adoradas por la nación cananea:
Astoret y Asera. El culto de “Astoret”
pasó de Fenicia a Canaán en donde fue adorada casi siempre al lado de la virgen
“Anat”, también cananea, considerada
como aquella, virgen, aunque sin por ello dejar de ser la diosa de la
fecundidad y del amor sensual. Astoret recibía cultos inmorales, y así fue absorbiendo
cada vez más a todas las demás deidades femeninas. Muchas de sus estatuas
descubiertas en Canaán reflejan que como diosa de la guerra adquirió un carácter
sumamente sanguinario.
Los egipcios identificaron
a Astoret con Isis, los babilonios con Isthar, los griegos con Afrodita y
finalmente los romanos con Venus. Junto con la asimilación del culto idolátrico
a Astoret por parte de los cananeos, los hebreos imitaron sus costumbres
agrícolas, honrándola para implorar la fecundidad de campos y animales. Esta especie de contagio espiritual, sino inmediato, fue en fechas tempranas al
ingreso de Israel en Canaán (Jue.2.13), y su culto tuvo las mismas alternativas
que sus dioses asociados Baal y Asera.
Por su parte, el nombre de
"Asera" aparece frecuentemente en la Biblia, en singular, plural,
femenino y masculino, siempre asociado con las prácticas idolátricas del pueblo
israelita. La variedad de palabras
utilizadas en las versiones para traducir
el hebraísmo asherah, indica
cierto grado de duda en la aplicación de su verdadero significado, exceptuando
el hecho de que asherah se hallaba
asociada en cierta forma a los cultos paganos predominantes en Canaán, bien
como diosa o como estaca votiva, esto es, gruesas trancas de madera que se
constituían en objeto de culto.
No obstante las
dificultades que plantea el verdadero significado del nombre "Asera", la Escritura respalda con fuerza la idea de
un culto dado al árbol (heb.
= asherim). El libro del Exodo
(34.13), al consignar la prohibición de adorar tales objetos, registra:
"...antes bien, derribaréis sus altares, y romperéis sus estatuas, y cortaréis sus Asheras". En
Deuteronomio (16.21), también se establece la prohibición aun de plantar árboles para dichas prácticas
idolátricas. La referencia bíblica en
Jue.6.25-26 confirma esta inferencia: Dios ordena a Gedeón que derribe el altar
que su padre había construido a Baal y que corte la imagen de Asera que estaba a su lado. Se
puede concluir así que este ídolo parece haber sido a menudo un árbol sagrado,
cuya figura se encuentra constantemente representado en monumentos asirios y
cuya adoración se remonta a épocas muy
remotas.
La adoración a estos
"dioses" estaba tan profundamente arraigada entre los cananeos, que
motivaron repetidas y severas
advertencias y amonestaciones por parte de Dios a Israel. No obstante, muy a
pesar suyo, es posible ver el fracaso del pueblo escogido aún antes de entrar
en la Tierra Prometida. Esto ocurrió inicialmente por las transgresiones
cometidas con ocasión de la llegada de Israel al valle de Abel-Sitim.
A pesar de que los
israelitas fueron diezmados en aquella ocasión (Nm.25.1-9), vez tras vez,
volvieron a repetir sus prácticas idolátricas a los baales, y con escasas
interrupciones, tales prácticas persistieron desde el tiempo de los jueces, por
más de ochocientos años, hasta el
cautiverio babilónico.
"... Después los hijos de Israel hicieron lo malo
ante los ojos de YHVH, y sirvieron a los baales. Dejaron a YHVH el Dios de sus padres, que los
había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses
de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y
provocaron a ira a YHVH. Y dejaron a
YHVH, y adoraron a Baal y a Astarot."
Jue. 2:11-13
Salomón
“...Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su
corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con YHVH su Dios, como
el corazón de su padre David. Porque
Salomón siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable
de los amonitas. E hizo Salomón lo malo
ante los ojos de YHVH, y no siguió cumplidamente a YHVH como David su padre.
Entonces edificó Salomón un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, en el monte que está
enfrente de Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón.”
1R.11.4-7
Con intervalos esporádicos
durante el tiempo de sus reyes anteriores (Saúl y David), el pueblo de Israel
había persistido en imitar las prácticas idolátricas cananeas, las cuales esta
vez no sólo fueron permitidas, sino auspiciadas y compartidas por el mismo rey
Salomón.
Al leer esta parte de la
Historia Sagrada, la mente del cristiano lector puede ser movida hasta la
perplejidad. Salomón, el hombre a quien Dios había dotado de una singular
sabiduría, poder y riqueza; autor de dos[7] de los Libros del canon, y poderoso rey, se nos presenta ahora, en el ocaso de su
vida, dentro de una total decadencia
moral y espiritual, en la que comete las más
aberrantes violaciones al Pacto que él y su nación debían mantener con
el verdadero Dios.
El particular grado de
maldad del rey Salomón es más relevante,
se muestra más crudo y absurdo aún, por cuanto tales pecados de
transgresión fueron cometidos por un
hombre que conocía a Dios
(1R.11.9-10). Y fue precisamente por ello que sus acciones tuvieron un peso determinante en el ánimo y en la
conducta de sus súbditos. Era el mismo rey que estaba dando el ejemplo. De allí
en adelante, todo era posible para Israel.
De allí en adelante, y con la práctica de sus idolatrías, el pueblo
pudo decir: "No nos ve YHVH; ... ha
abandonado la tierra" (Ez.8.12). Con asombro y perplejidad podemos ver
cómo la Escritura registra las perversas acciones de este rey, a quien Dios
"se le apareció dos veces" para otorgarle sabiduría, riquezas, poder
y gloria, como ningún otro hombre tuvo sobre la tierra.
Cuando, más adelante, las acciones de este
hombre sean comparadas con las de innumerables cristianos en la actualidad, el
fracaso espiritual del rey Salomón constituirá un ejemplo de inapreciable ayuda en las consideraciones y conclusiones
que el cristiano lector deberá sacar respecto a su propia vida. Basta resaltar ahora el triste ejemplo que
el rey
dejó a su posteridad. Aquel que una vez había "bendecido a toda la
congregación de Israel" (2Cr.6.3)
desagradó al Dios que lo había colocado en un sitial de honor por encima de
todos los reyes de la tierra. Este hecho
personal guarda un paralelismo asombroso con la misma nación israelita, la
cual, habiendo sido levantada por encima de todas las naciones de la tierra, y
habiendo llegado a obtener las leyes, mandamientos y estatutos del único Dios
verdadero, llegó a fracasar rotundamente frente al Dador de todo su bien.
Jeroboam
“...Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de
oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses,
oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto."
" ... Y él designó sus propios
sacerdotes para los lugares altos, y para los demonios, y para los becerros que
él había hecho."
"
... Entonces instituyó Jeroboam fiesta solemne en el mes octavo, a los
quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y
sacrificó sobre un altar. Así hizo en
Betel, ofreciendo sacrificios a los becerros que habían hecho. Ordenó también
en Betel sacerdotes para los lugares altos que él había fabricado. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había
hecho en Betel, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado
de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar
para quemar incienso."
1R.12.28-33; 2Cr. 11.15
Una vez dividido el reino,[8] el rey Jeroboam estaba temeroso de que sus seguidores, a
causa de los constantes viajes que debían realizar a Jerusalén como sitio
establecido por Dios para adorar, se volvieran nuevamente súbditos de Roboam.
Así Jeroboam forjó dioses
de oro (los mismos que sus padres habían labrado durante la peregrinación en el
desierto), constituyó sacerdotes para
oficiar los cultos respectivos (a los becerros y a los demonios), y designó los "lugares altos" para su
adoración.
Además de todas estas
cosas, es digno de notar el hecho que Jeroboam estableció una nueva fecha para la "fiesta solemne"
que se acostumbraba a celebrar en Judá -obviamente la Pascua- que Dios había establecido en el día catorce
del mes primero (abib=nisán= marzo-abril) pero que ahora el rey, de su propio
corazón, inventaba para que se celebrase
en el mes octavo.
La Biblia no revela
quienes fueron los que entraron en este "consejo de Jeroboam", pero
quienes quiera hallan sido sus consejeros, las recomendaciones para fabricar
becerros de oro y la proclama "He aquí tus dioses, oh Israel, que te
hicieron subir de la tierra de Egipto"
denota una vez más el profundo conocimiento que tales consejeros tenían
respecto a la debilidad del alma israelita.
La rémora de las palabras
pronunciadas por el pueblo durante la peregrinación, cuando Moisés se hallaba
en el monte Sinaí, revive en este sutil "consejo" las flaquezas
espirituales del pueblo, y su prontitud para adorar a dioses distintos. Con
cualesquiera fuente que Jeroboam se asesorara, es posible afirmar que halló en
ella un "oportuno y astuto" consejo
para crear el cisma religioso del pueblo de Israel, y su división definitiva
como entidad nacional.
Asa
“... En el año veinte de Jeroboam rey
de Israel, Asa comenzó a reinar sobre Judá.
Y reinó cuarenta y un años en Jerusalén; el nombre de su madre fue
Maaca, hija de Abisalom.
Asa hizo lo recto ante los ojos de YHVH, como David su padre
porque quitó del país a los sodomitas, y quitó todos los ídolos que sus padres
habían hecho. También privó a su madre
Maaca de ser reina madre, porque había hecho un ídolo de Asera. Además deshizo Asa el ídolo de su madre, y lo
quemó junto al torrente de Cedrón.
Sin embargo, los lugares altos no se quitaron. Con todo, el corazón de Asa fue perfecto para
con YHVH toda su vida.”
1R. 15.9-14
El rey Asa es mencionado
aquí como ejemplo de los reyes
"buenos" que gobernaron Judá, pero que, no obstante sus buenas
intenciones por seguir y cumplir los mandamientos del Dios de Israel, éstas no alcanzaron para destruir los lugares
de adoración idolátrica.
De la cuarentena de reyes
que gobernaron la dividida nación israelita, desde Saúl hasta Sedequías, la mayoría actuó apartada de la voluntad de
Dios. En Israel -el reino del norte- la
Biblia enfatiza que ninguno de sus
gobernantes hicieron cosa buena para
agradar u obedecer a los mandamientos
divinos. Dicho reino se vio consternado por sucesivas revueltas y sediciones, a
causa de las ambiciones de distintas familias por regir a Israel.
En el caso del reino de
Judá, aunque pocas, existen las honrosas excepciones de algunos reyes que
procuraron hacer la voluntad de Dios, unos con más éxito que otros. La elección de Asa como ejemplo en nuestro
estudio pretende resaltar el límite de
su voluntad en servir a Dios. Esto es, aunque el rey Asa era celoso por la Ley
de Dios, sin embargo no llegó a alcanzar la
perfección del celo necesario para cumplir la propuesta divina, pues aunque
intentó acabar con la idolatría del pueblo, parece no haber hallado la fuerza y
la determinación requerida para eliminar los "lugares altos" donde se realizaban dichos cultos.
Durante todo el período
transcurrido desde la división del reino de Israel y Judá, hasta el cautiverio
babilónico, con dificultad pueden contarse siete reyes que intentaron cumplir
el pacto que Dios había hecho con Israel; no obstante, ninguno de ellos logró
plenamente su cometido.
Al analizar
retrospectivamente esos hechos, se hace evidente la presencia de una fuerza invisible inmanente detrás del
simple ídolo, y detrás del sitio de su culto, para que, aun hombres con conocimiento
de la ley divina, con buena disposición, sinceros y temerosos de Dios, hallaran
tan grandes dificultades para terminar
con las prácticas de la idolatría en aquellos
detestables "lugares
altos".
Acab
“... Comenzó a reinar Acab hijo de Omri sobre Israel el
año treinta y ocho de Asa rey de
Judá. Y reinó Acab hijo de Omri sobre
Israel en Samaria veintidós años. Y Acab
hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de YHVH, más que todos los que reinaron
antes que él, porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo
de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y
fue y sirvió a Baal, y lo adoró.
E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que él edificó en
Samaria. Hizo también Acab una imagen de
Asera, haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes
que él para provocar la ira de YHVH Dios de Israel."
1R. 16.29-33
Acab constituye el ejemplo
de los reyes malvados de Israel, y también de Judá. Este hombre simboliza todo lo que el encono y la dureza del corazón pueden resultar
de la absurda oposición y lucha del hombre contra Dios; contra un Dios justo y
bueno que manifestaba su ayuda constante a favor del pueblo que este malvado
rey dirigía.
El lector notará que estos
actos de aversión hacia Dios, no eran cometidos por simple omisión, descuido o ignorancia, sino como
acciones cuidadosamente planificadas para irritar y "mover a celos"
al Dios de Israel. La obra que Acab expone,
y que es seguida por todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá,
contiene la esencia de una extraña e inexplicable malicia. Llamamos la atención
sobre estos hechos y resaltamos lo paradójico de ellos, pues fueron cometidos
por dirigentes y por un pueblo que
afirmaban conocer a Dios.
El errado matrimonio de
Acab con Jezabel, permitió que su esposa reactivara fervorosamente los cultos
de adoración a Astoret, traídos desde
Fenicia, su tierra natal. Jezabel llegó a ser un instrumento sumamente efectivo
en manos de Satanás para continuar desviando al pueblo hacia el culto a los
baales. Ella hizo lo posible por
permanecer siendo una "fiel hija"
de su padre (sacerdote de Baal y Astarté), y trasladó desde Fenicia toda
la brutal devoción de los cultos de
idolatría de Baal, no sólo durante el reinado de su marido Acab, sino también
en el posterior, de su hijo Ocozías (1R.22.51s.s.) sobre Israel. Luego, a
través de Atalía, fortaleció estas
mismas prácticas en el reino de Judá
(2R.8.25-29).
El nefando pecado y el nombre de Jezabel han sido trasladados al
Nuevo Testamento como simbólicas advertencias. De ella se dice que es quien
"enseña y seduce" a los siervos de Jesucristo a "fornicar y a
comer cosas sacrificadas a los ídolos" (Ap.2.20). El registro bíblico de Apocalipsis procura
así advertir acerca de las falsas doctrinas que pueden introducirse en la
Iglesia.
“En la tipología bíblica, una mujer, en el sentido ético de lo
que es malo, simboliza siempre algo que, desde el punto de vista bíblico, se
halla fuera de lugar. Al igual que la mención anterior, en Mateo 13.33, Zacarías 5.5-11 y Apocalipsis 17.1-6; 18.3; 11.20, la mujer se
halla tratando con doctrina, lo cual
es una esfera prohibida para ella (1Ti.2.12), y por lo tanto errónea. Interpretada a la luz de estos símbolos, las citas antes mencionadas vienen
a constituir una advertencia de que la verdadera doctrina que fue revelada por
Dios para sus hijos (Mr.4.4; 1Ti.4.6; 1P.2.2) se mezclaría con doctrinas
corruptas y corruptoras, y esto de una manera oficial por la misma iglesia
apóstata (1Ti. 4.1-3; 2Ti.2.17-18; 4.3-4; 2P.2.1-3)" (Scofield, Biblia anotada).
Josías
“... A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho,
comenzó a buscar al Dios de David su padre; y a los doce años comenzó a limpiar
a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas e
imágenes fundidas.
Y derribaron delante de
él los altares de los baales, e hizo pedazos las imágenes del sol, que estaban
puestas encima, despedazó también las imágenes de Asera, las esculturas y
estatuas fundidas, y las desmenuzó, y esparció el polvo sobre los sepulcros de
los que les habían ofrecido sacrificios.
Quemó además los huesos de los sacerdotes sobre sus altares, y
limpió a Judá y a Jerusalén.
Lo mismo hizo en las ciudades de Manasés, Efraín, Simeón y
hasta Neftalí, y en los lugares asolados alrededor.
Y cuando hubo derribado los altares y las imágenes de Asera, y
quebrado y desmenuzado las esculturas, y destruido todos los ídolos por toda la
tierra de Israel, volvió a Jerusalén.
2Cr. 34.3-7
Josías, hecho rey por
"el pueblo de la tierra" (2R.21.24) después de que su padre Amón fue
asesinado, comenzó a reinar a los ocho años de edad y reinó durante treinta y
un años. Que Josías comenzara a "buscar al Dios de David su padre",
indica el rechazo y alejamiento del joven rey hacia los dioses asirios y cananeos
que dominaban para ese tiempo en Israel.
El reinado de Josías no
sólo es notable por el temprano esfuerzo del rey para servir al Dios de Israel,
destruyendo los lugares del culto idolátrico, sino por el hallazgo de la ley de
Moisés. El Libro encontrado por el
sacerdote Hilcías (2R.22.8) produjo en el rey y en su pueblo el arrepentimiento
necesario para renovar el pacto con Dios.
Luego de la lectura de la
Palabra de Dios, Josías procedió a sacar y destruir todos los instrumentos de
servicio a ídolos existentes en el templo (2R.23.4-5) y terminó además con los
lugares de prostitución idolátrica que se encontraban en el mismo templo de
Dios, en los cuales se tejían tiendas para Asera. Asimismo profanó los lugares
donde los israelitas ofrecían sus hijos en el culto a Moloc y derribó los
altares que había hecho su abuelo, el rey Manasés, con el propósito de adorar
al "ejército del cielo" en el atrio del templo de Dios.
Pero el celo de Josías se
manifestó especialmente en la profanación que personalmente logró llevar a efecto en los lugares que había
levantado el rey Salomón, "... a la mano derecha del monte de la destrucción"
(posiblemente ¡el mismísimo Monte de los Olivos!), a los dioses de los sidonios;
a Astoret; a Quemos ídolo de Moab; y a Milcom, ídolo abominable de los hijos de
Amón (2R.23.13).
Finalmente, para dar
cumplimiento a la Palabra que Dios había hablado respecto al mismo rey Josías
varias generaciones antes (1R.13.1-2), destruyó el altar que por años había
constituido la división espiritual del pueblo de Israel: el altar construido
por Jeroboam en Betel. Destruyó y puso a fuego su lugar alto, lo hizo polvo, y
quemó la imagen de Asera (2R.23.15).
En fidelidad a Dios, quizá
sólo Ezequías pueda ser comparado a Josías. Estos dos reyes conforman la
excepción en la conducta de todos los gobernantes de Judá e Israel, y son
ejemplo del celo por cumplir la voluntad divina sobre la base del pacto entre
Dios y la nación. La Escritura registra
que fueron hombres con graves defectos, pero también testifica de su celo en
poner por obra el mandato de Dios. Entre los numerosos gobernantes del dividido
reino, ellos fueron los únicos que
lograron en su tiempo, poner término al sacrificio idolátrico del pueblo
israelita en los "lugares altos". Pero sólo Josías alcanzó el testimonio
de “haber atendido a las palabras del
Libro” (2R.22:18).
____________________________________
“Porque lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra
enseñanza fue escrito;... y estas cosas les acontecían como ejemplo; y fueron
escritas para amonestarnos a
nosotros,...”
Ro.15.4a; 1Co.10.11
____________________________________
Constantino
“...Y la mujer estaba vestida de
púrpura y escarlata, y adornada de oro, y de piedra preciosa y de perlas,
sosteniendo en su mano una copa de oro llena de abominaciones y de las
inmundicias de su fornicación; y en su frente estaba escrito un nombre:
¡Misterio! Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones
de la tierra.
Y vi a la mujer embriagada de la sangre de los santos, y de la sangre de
los mártires de Jesús. Y al verla, me asombré con gran asombro.”
Ap.17.4-6
En esta segunda parte del
artículo, es importante recordar que para el momento del advenimiento del cristianismo como la religión oficial del
Imperio Romano, el mundo greco-romano era totalmente pagano, y los cristianos,
hasta antes del siglo IV eran pocos; sin embargo, a pesar de ser perseguidos
por el gobierno imperial y el paganismo, su número iba en aumento.
Durante los tres primeros
siglos de nuestra era, las autoridades del Imperio romano utilizaron a los
cristianos como "chivos expiatorios" tanto de sus errores políticos,
como de las calamidades de la época. En ese tiempo, los creyentes fueron
culpados por los romanos de todos los desastres que acontecían en el Imperio;
desde las plagas y la inflación hasta las incursiones de los bárbaros, todo se
achacaba a los cristianos.
Los primeros en ser
masacrados fueron aquellos acusados por Nerón del incendio de Roma en 64
DC. Según Tácito, las ejecuciones de los
cristianos resultaban "eventos deportivos". Él dice: "Se les cubría con pieles de animales
recién sacrificados para que sus cuerpos fueran destrozados por los
perros". El Emperador Decio forzaba
a los cristianos a rendir juramento de lealtad, y ante las negativas,
multitudes perecieron bajo las torturas más crueles en Roma, en Africa del
norte, Egipto y Asia Menor.
El emperador Valeriano
organizó asesinatos masivos de ancianos y diáconos de la Iglesia Primitiva. Por
cuanto se les había prohibido entrada a los cementerios, los cristianos
enterraban sus deudos en las llamadas "catacumbas" que construían
fuera de la ciudad. El número de los mártires cristianos en aquellos primeros
siglos se han calculado en no menos de siete
millones.
No fue sino hasta el
advenimiento de Constantino como emperador (312 DC), que se produjo el
importante edicto de tolerancia, el cual, en sólo un día, elevó el cristianismo
a niveles de igualdad religiosa con el paganismo. Así, de un momento a
otro, la cultura greco-romana se vio
forzada a aceptar esta nueva forma popularizada de "religión" y los
nuevos adeptos al cristianismo
sumaron prontamente centenares de millares.
De allí en adelante, la forma
de gobierno del Imperio, sus leyes y hasta los estilos de arquitectura fue
influenciada por la iglesia oficial, de
tal manera que la ciudad de Roma llegó a representar el doble papel de capital
del Imperio y centro de la iglesia. Por su parte, la organización imperial influyó
en forma determinante en el carácter de la iglesia. El Imperio era de muchas
ciudades, así la cristiandad pasó a ser un movimiento urbano gracias a la vigorosa
acción del emperador Constantino en su esfuerzo por fortalecer en una las
instituciones de la iglesia y el estado. Grandes como fueron las concesiones de
Constantino para la iglesia, eran sólo para aquella porción fuerte, jerárquica
y organizada, que se llamaba a sí misma "católica".
Las diversas "sectas
heréticas" (congregaciones formadas
por verdaderos cristianos), que eran todavía muchas, obviamente no podían
esperar favores de su mano. En años posteriores, y por este fortalecimiento
entre la iglesia "oficial" y el emperador, el título imperial de Pontifex Maximus (que Constantino había conservado) fue
transferido al Papa de la iglesia con sede en Roma, título que es utilizado
hasta hoy. La acción de este "cristiano" emperador, dio a luz la
fatídica y perniciosa unión entre la iglesia y el estado. Con el correr del tiempo
esa "iglesia imperial" llegaría a transformarse en la
"Babilonia, madre de las abominaciones de la tierra" que el Apóstol
Juan visualizó en Patmos.[9] Pronto olvidó la
cúpula dirigente católica que la verdadera Iglesia nunca intentó ser fundada
como una institución autocrática que habría de obligar al mundo a vivir conforme
a las enseñanzas de Cristo, sino como cuerpo de creyentes que testificara de su
Persona y manifestara al mundo Su amor y unión en la Verdad. Es imposible para la religión católico-romana
(así como cualquier otra religión) entender que es Cristo mismo, y no la Iglesia, quien ostenta el poder transformador en la
vida humana. Pero la iglesia, asimilada por la Roma imperial, poco a poco fue
absorbida por una forma de gobierno similar al del mundo político del cual
derivaba, y dentro del cual existía. Así, ésta llegó a ser una vasta y
eficiente organización, de corte piramidal, regida por diferentes estratos de
autoridad que tenían su cúspide en el Papa.
Quienes hoy tenemos el privilegio de haber alcanzado la
madurez de los tiempos, y así observar retrospectivamente toda la sangrienta,
perversa y corrompida historia del papado romano, con su secuela de sobornos,
corruptelas, inmoralidades abominables, simonía y asesinatos, tanto de cristianos
como de judíos, comprendemos el asombro que invadió al apóstol Juan cuando
anticipadamente pudo ver a la mujer
embriagada de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús.
Desde aquí en adelante
podremos ver claramente el nexo entre el antiguo culto babilónico de la madre y el niño y la Gran Ramera.
Para el tiempo del decreto
de Constantino, Roma estaba relacionada con ciertas festividades en honor de
Fortuna y Júpiter, denominadas "Saturnales" y
"Brumales". Sus festejos
tenían efecto desde el 17 al 24 de diciembre la primera, y el 25 del mismo mes
la segunda. Tanto la Saturnal como la Brumal conmemoraban el día más corto del
año y el "nuevo sol" (o
comienzo de los días más largos). Estas festividades se encontraban
demasiado arraigadas en las costumbres populares como para ser súbitamente
suprimidas por un simple decreto, o para que la nueva religión oficial del
Imperio no las tomase en consideración.
Así fue como
posteriormente, en los siglos IV y V, mientras los paganos del mundo romano se
convertían en masa al “cristianismo oficial” trayendo consigo sus antiguas
creencias y costumbres de la idolatría disimuladas bajo nombres cristianos, se
traspasó sin mayor alteración la celebración del antiguo culto babilónico de la madre y el niño a la “cristianísima”
de la Madona e il Bambino en ese
mismo mes de Diciembre.
Sin embargo, no existe ninguna evidencia histórica que muestre
que los cristianos del primer siglo ni los que vinieron después, hasta al siglo
cuarto, celebraran la Navidad durante el mes de Diciembre, y mucho menos que
hayan separado la noche del 24 como Noche Buena y el 25 como la fecha del
nacimiento de Jesús.
Si esto es así, ¿cómo
surgió dicha festividad? ¿Quién la estableció? ¿Cómo fue establecida y por que
razones?
La
astucia de la iglesia católica romana
La imposición de la
celebración de la Navidad en el mes de diciembre constituye una muestra
perspicaz de la astucia y el “virtuosismo” de la Iglesia Católica en el manejo
hábil y práctico de las emociones ligadas al fondo pagano del alma humana. Los
evangelios no identifican el día del nacimiento de Cristo y, como ya hemos
afirmado, los primeros cristianos no celebraban la natividad. En el calendario
juliano aparece el 25 de diciembre como día del solsticio de invierno, tiempo
en el cual se celebraba en Roma el nacimiento del Sol, siguiendo las
tradiciones idolátricas que la civilización egipcia rendía al dios del sol
(este culto de adoración idolátrica se ha perpetuado hasta hoy en la Mitra que usa el Papa). Era simbolizado
por una virgen que daba a luz un niño en diciembre y estaba vinculado al
festival popular originado en Babilonia donde se adoraba a Isis y Osiris.
En Siria, las
celebraciones eran bastante parecidas y se mostraba a un niño recién nacido a
la multitud. La virgen madre era una forma de la diosa semita Astarté, y así
también, otros cultos solares y de fertilidad durante el solsticio de invierno
encontrados en el Mediterráneo y el Medio Oriente, aparecieron igualmente en la
Europa central y nórdica; pero la penetración de las religiones solares en Roma
fue motivada, principalmente, a causa de la tremenda popularidad que obtuvo en
todo el Imperio Romano una vieja deidad persa: el dios Mitra.
Siendo Mitra una divinidad
solar, se la identificaba con el Sol Invencible, y su “natividad” obviamente
caía durante el solsticio de invierno, o sea el 25 de diciembre, fecha en la
cual comenzaba el primero de los días más largos del año.
Algunos historiadores
piensan que la extensión de la adoración solar sucedió durante el reinado del
emperador Heliogábalo (218-222), fijándose el 25 de diciembre como fecha para
la celebración del nacimiento del astro inconquistable. Las festividades no
solo expresaban las aspiraciones mitráicas de pureza moral e inmortalidad, sino
que incluían al mismo tiempo toda clase de magia, prácticas sexuales y éxtasis
orgiásticos, así como todas las manifestaciones instintivas de las prácticas
rituales de la religión de Emesa. En todo caso, es probable que haya sido más
bien durante el gobierno del emperador Aureliano (270-275) el tiempo en que se
estableció la fecha de celebración del festival pagano Natalis Solis Invictis el cual más tarde llegaría a ser
transformado en el Natalis Cristis.
La religión mitráica fue
durante mucho tiempo uno de los principales rivales del cristianismo primitivo.
El conflicto de intereses y el enfrentamiento entre estas dos religiones
insurgentes se mantuvo durante largo tiempo en un balance bastante equitativo.
Sin embargo el cristianismo religioso fue movido y atraído emocionalmente por
la alegría y el jolgorio de sus rituales, y así, acostumbraba a asistir a los
festivales solares de las Brumales, Saturnales y Kalendae.
En este punto, los
dirigentes de la iglesia católica, con una agudeza psicológica extraordinaria,
se dieron cuenta del poder de atracción que el simbolismo, la imaginería y los
ritos y celebraciones del nacimiento del sol
invictus ejercían sobre el alma humana, y con un gran sentido “práctico”,
con el objeto de capturar y canalizar las tendencias inconscientes de la población
y como fórmula para transferir la devoción de los paganos, el catolicismo romano
decidió escoger el fin de la Saturnal como fecha del nacimiento de su fundador.
En la época que hoy
llamamos Navidad, los romanos no sólo festejaban la "Saturnal" (17-24
de diciembre) sino también tenían una celebración la llamada "Kalendae"
(1º de Enero, de allí la palabra calendario).
En esta última fiesta, los ciudadanos del Imperio acostumbraban a distribuir e
intercambiar regalos llamados "strenae" (de allí la palabra
“estreno”) como presagio y signos de buena fortuna. Esta práctica ritual se
originaba en la creencia antigua de que, durante esa época, los malos espíritus
(demonios) salían para castigar o premiar a los seres humanos.
Por su parte, los
cristianos egipcios habían comenzado a considerar el seis de enero como la
fecha posible de la Natividad, mientras que la Iglesia de Occidente nunca lo
reconoció, y no fue sino hasta comienzos del siglo IV cuando la Iglesia decidió
adoptar definitivamente el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de
Cristo. En la Iglesia Oriental, la costumbre fue adoptada posteriormente,
introduciéndose en Antioquía en el año 325 aproximadamente.
El motivo principal que
llevó al catolicismo romano a inventar y fijar la fecha de la celebración de la
Natividad fue la necesidad de contrarrestar y competir con las famosas y muy
populares fiestas paganas de las Brumales y Saturnales celebradas ese mismo
día.
Pero no solamente la
religión pagana del Imperio Romano celebraba estos festivales, sino que a su
vez, los romanos lo heredaron de los persas. Los descubrimientos arqueológicos
muestran que en el cercano y en el lejano oriente, tanto los persas, como los
árabes, y otros pueblos del oriente, celebraban el nacimiento del dios MENI
asociado con la Luna (de donde procede el popular dicho de la “la cara de la
luna”).
Como fue dicho
anteriormente, el Mitraísmo tenía dos días sagrados: el primer día de la semana
que vino a ser reconocido como "el venerable día del sol" y el 25 de
diciembre, conocido como "Dies Natalis Solis", es decir, "el nacimiento
del sol".
Así que en el Imperio
Romano se celebraban estas tres festividades: El día del dios MENI (24 de
diciembre); el día del nacimiento del dios sol (25 de diciembre); y el
venerable día del sol (primer día de la semana).
El dios Mitra, de donde
surge el término "Mitraísmo", es decir, la religión del Imperio
Romano en el tiempo en que Constantino asumió el trono, fue adorado como
"guardián de los brazos". Mitra fue visto como el protector del
ejército de Roma y del soldado romano; y parte de la adoración a Mitra incluía
el conocido "apretón de manos", gesto con el cual los soldados
romanos mostraban que no estaban "armados", y consecuentemente era un
acto de amistad, para entonces poder entrar a adorar al dios del ejército.
Fueron los soldados romanos los que exportaron el "apretón de manos"
como señal de amistad y de concluir "contratos", representando así
que no ha habían usado "armas" escondidas, es decir, trampas.
Igualmente, de la
adoración del sol, proceden los llamados halos
o círculos (que se conservan hasta hoy) que los artistas representaban en
sus dibujos y pinturas sobre la cabeza de los ídolos.
Cuando somos confrontados
por estos hechos, no podemos escapar a la conclusión triste, pero real, de que
la Navidad como es conocida y celebrada hoy, exhibe un evidente trasfondo
pagano que ha sido mezclado con el cristianismo.
Fue debido a esto que los
grandes reformadores, Lutero y Calvino, repudiaron tales prácticas; y vemos
también que los puritanos de Nueva Inglaterra las rechazaron, pues los anales
de la historia muestran que, cuando estos creyentes llegaron allí, fue
declarado ilegal celebrar la Navidad en la ciudad de Boston.
“... vosotros los que dejáis a YHVH, que olvidáis mi santo nombre, que
ponéis mesa para la Fortuna, y suministráis libaciones para el Destino”
Is.65.11
"Fortuna" es la
traducción de la palabra hebrea Gad,
para referirse al dios de la buena
fortuna que adoraban los babilonios (De aquí viene la palabra
"afortunado", la cual es de origen pagano).
"Fortuna" es
también una referencia a Gude, cuya
palabra proviene de una antigua raíz aramea que significa "invadir con
tropas", o "atacar", de ahí que el ejército del Imperio Romano
lo adoptara como su "guardián" bajo la figura de MITRA, el dios
personal del emperador Constantino, quien luego llegó a ser al mismo tiempo el
jefe de la iglesia Romana. Pero el profeta Isaías no sólo menciona a
"Fortuna", sino también a "Destino". La palabra
"destino", por su parte, es la traducción hecha del término hebreo Meni, pero es al mismo tiempo el nombre de una
deidad pagana de origen babilónico, y lo que tenemos aquí, según el profeta
Isaías, no es ni más ni menos que a dos demonios
en forma de dioses, que Israel había preferido antes que el Dios verdadero.
Así, Fortuna y Destino no son
adjetivos, sino los nombres personales de dos deidades paganas que adoraban los
babilonios, y... ¿ya se imagina el cristiano lector en qué fecha adoraban los
paganos a estas deidades babilónicas? ¡Pues justamente el 24 y 25 de diciembre!
¿Y cómo los adoraban? Sacrificando en
huertos, quemando incienso sobre ladrillos, invocando el espíritu de los
muertos, y pernoctando en lugares escondidos, aguardaban el alba para... comer
carne de cerdo (Isaías 65: 2-4). De esta forma, el 24 de diciembre comenzaban
la celebración de su dios Fortuna. Iban a los huertos, escogían un determinado
árbol y allí adoraban. Luego, debajo de ese mismo árbol, sacrificaban el puerco
que comerían al llegar el día siguiente.
Los romanos adoptaron
tales prácticas babilónicas, y cuando la iglesia romana inició el proceso de cristianización de estos cultos
idolátricos, los elementos fueron sutilmente cambiados por el árbol de Navidad, la hostia, el 24 de diciembre a la media
noche, y el lechón (o el pavo) asado,
el 25 de diciembre.
Tales fueron lo orígenes y
las causas en el proceso de mezcla
entre el paganismo romano y el cristianismo religioso, para tener a todo el
mundo contento bajo la autoridad del papado romano... ¿Asombrado?
Hipólito
“Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en
vano con vosotros.”
Gá. 4.8-11
Como pudimos apreciar en
el capítulo anterior, el ingreso del cristianismo religioso fue entrando
paulatinamente en el paganismo, hasta que, finalmente, a las festividades de
Pascua y Pentecostés celebradas por la Iglesia Primitiva, fue agregada hacia el
siglo IV la de la "Navidad".
Es evidente que hasta entonces la Iglesia no había celebrado ninguna
fiesta del nacimiento de Jesús. Por el
siglo II, los discípulos del gnóstico Basilides observaban el 6 de enero como
fecha del bautismo del Señor.
Probablemente a comienzos del
siglo IV, en Oriente ésta era considerada como la fecha del nacimiento de
Cristo, en razón de una interpretación errada de Lucas 3.23, que le hacía
exactamente de treinta años de edad en el momento del bautismo. Sin embargo, había otros factores en
operación. En el siglo III existía la
noción de que el universo había sido creado en el equinoccio de primavera,
señalado en el calendario juliano el 25 de marzo. Similares hábitos de pensamiento harían caer
en el mismo día del comienzo de la nueva creación el principio de la Encarnación,
resultando el nacimiento de Cristo en el solsticio de invierno, o sea el 25 de
diciembre.
Hipólito, exegeta y
tratadista que vivió en Roma durante el siglo IV parece haber sido el primero
en fijar la fecha del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Cristo.
Para ese tiempo había surgido un deseo en la iglesia oficial por celebrar tanto
el nacimiento como el bautismo de Jesús.
De esta forma, Hipólito llegó a convencerse de que la vida de Jesús había
durado exactamente treinta y tres años.
Por lo tanto –razonaba- si el Señor había sido crucificado el 25 de
marzo, debía haber sido concebido en ese mismo día. Luego calculó nueve meses
desde la anunciación, y concluyó entonces en el 25 de diciembre como fecha de
Su nacimiento. Anteriormente, Hipólito
había fijado la fecha del 2 de enero, en tanto que otros estudiosos afirmaban
que el nacimiento de Jesús había ocurrido un 6 de enero, otros un 18 de abril,
otros un 20 de mayo, otros un 28 de marzo, etc.
Con todo, no es sino en el
año 354 D.C. donde aparecen los primeros registros del reconocimiento del 25 de
diciembre como una festividad de la iglesia oficial. Esta fecha se estableció
para la celebración en las iglesias de Occidente, mientras que las iglesias de
Oriente continuaron celebrando el 6 de enero tanto el nacimiento físico como
espiritual (bautismo) del Señor hasta la primera parte del siglo V.
Al examinar detenidamente
lo que representa hoy el fenomenal culto de la Navidad en todo el mundo, es
asombroso y paradójico observar que, en primer lugar, repetimos, no existe
mención alguna en la Biblia para tal celebración. En segundo término, se comprueba que la
Iglesia Primitiva no hacía ningún tipo de distinción en esta fecha, y no
existen evidencias históricas para sostener que se haya celebrado Navidad
durante el período apostólico o aun post-apostólico. Decididamente, la fecha de
la Navidad y su celebración fue establecida por hombres y no por Dios. Directamente,
no hay ningún fundamento registrado en las Sagradas
Escrituras para tal celebración, y sobre todo, tampoco dicho día mantiene una
relación indirecta con el calendario sagrado dado a Israel (Lev.23), el cual sí
observa un cumplimiento profético perfecto en el nacimiento, vida, obra muerte
y resurrección de Jesús.
Como antes hemos podido
apreciar, observemos nuevamente que el cálculo de Hipólito para fijar el
nacimiento de Jesús el 25 de diciembre fue definitivamente influenciado por el
hecho de que durante esa época, cuando el sol comienza su revolución, se
celebraba el aniversario del Sol Invictus
de la religión Mitra. ¿Y qué mejor
ocasión que esta fecha para substituir las Saturnales y Brumales por una gran
celebración cristiana? Aquellas festividades paganas, con su alboroto y alegría,
eran tan populares, que los religiosos cristianos vieron con agrado una excusa
para continuar con esa celebración sin mayores cambios en el espíritu y la
forma de su observancia. Otro factor de
importancia que pudo haber llevado a los dirigentes de la iglesia oficial del
siglo IV a pensar que era correcto hacer coincidir el nacimiento de Jesús el 25
de diciembre, era la influencia del maniqueísmo pagano, que identificaba al
Hijo de Dios con "Foebus" (dios-sol) cuyo "nacimiento"
también se celebraba en esa misma fecha.
Sin embargo, las autoridades históricas
demuestran que durante los tres primeros siglos de nuestra era, los verdaderos
cristianos nunca celebraron la Navidad. La fiesta hizo su aparición, y fue
introducida en el siglo IV por medio de la iglesia católica, y se extendió de
allí al protestantismo y al resto del mundo.
Pero, ¿de donde lo recibió la iglesia católica? Evidentemente no fue de
las enseñanzas de Nuevo Testamento ni de los Apóstoles, quienes personalmente
fueron instruidos por Jesucristo.
Las mismas autoridades
católicas afirman que la Navidad no estaba incluida entre las primeras
festividades de la iglesia. Hemos visto cómo los primeros indicios de ella
provienen de Egipto. Las costumbres
paganas relacionadas con el principio de enero en el día de "Foebus"
y "Mitras" se centraron en la
fiesta de la Navidad, y así fue introducida por el romanismo del siglo IV de
nuestra era. De Roma pasó al Oriente, siendo transferida a Constantinopla probablemente por Gregorio
Nacianceno, entre 378 y 381. Pero no fue sino hasta el siglo V que se
estableció como fiesta oficial cristiana. Los predicadores de Occidente y
cercano Oriente protestaron contra esta
frivolidad que celebraba el nacimiento de Jesús, mientras que los cristianos de
la zona de Mesopotamia acusaban a sus hermanos occidentales de idolatría y de
adoración al sol, al adoptar como cristiana esa fiesta pagana. No obstante, la
festividad fue ganando aceptación y al final se estableció tan fuertemente, que
ni la reforma protestante pudo terminar con ella en el siglo XVI.
La
Biblia y la fecha natal de Jesús
Es evidente que todos los
intentos por buscar una respuesta que determine la fecha del nacimiento del
Señor Jesucristo han sido erróneos e infructuosos. La razón principal de ese
continuo fracaso se debe a que tales cálculos han estado siempre relacionados con
fechas paganas y mundanas, y pocas veces se intentaron utilizando los recursos
del único instrumento que Dios desea
utilizar para indicar la fecha del nacimiento de Su Hijo, esto es: Su Palabra.
¿Y por qué algo tan sencillo como indagar en las Escrituras la fecha
del nacimiento de Cristo no se intentó? ¿Es que acaso alguna energía de
invisible poder aleja al hombre de la única fuente de verdad? La respuesta,
obviamente, consiste en que todos los intentos por determinar la fecha de
nacimiento de Jesús aparte de la
Biblia fueron siempre auspiciados y dirigidos por el mismo Satanás.
Si alguna respuesta
provechosa, fiel y exacta hemos de hallar en un asunto de tanta importancia,
solamente la hallaremos en los registros de las Sagradas Escrituras.
Con tristeza, podemos
afirmar que hasta hoy, ni Israel ni la Iglesia obedecen fielmente al calendario
bíblico ordenado por Dios. Y es evidente que existe un especial interés por
parte del “príncipe del mundo” en este hecho, toda vez que se manifiesta una
confusión y un error tan grande sobre un asunto que puede resolverse mediante
apreciaciones bíblicas relativamente sencillas. Esto no puede provenir sino de
parte del Confundidor para que ni
Israel ni la Iglesia obedezca los claros mandamientos que Dios ordena en Su
Palabra.
Con el propósito de poner fin a la polémica mediante la
autoridad de la Palabra de Dios, el siguiente trazado bíblico tratará de determinar
la fecha del nacimiento del Señor Jesús, Dividiremos este estudio en tres consideraciones
especiales: 1. Lo que según la Escritura
no pudo haber sucedido; 2. Lo que
según la Escritura pudo suceder; 3.
Lo que sucedió según la Escritura.
Lo que, según la Escritura, no pudo haber sucedido
En primer término, el
sencillo y detenido estudio de ciertos pasajes que la Escritura registra acerca
del nacimiento de Cristo nos llevará a la tajante conclusión de que el Mesías
jamás pudo haber nacido en invierno.
El relato del evangelista Lucas (2.1-21) declara que había pastores cerca de
Belén, los cuales “velaban y guardaban a
sus rebaños durante las vigilias de la noche”. Ahora bien, por el trasfondo
histórico, es posible inferir que los rebaños de aquella región fueran llevados
más tarde al templo en Jerusalén para cumplir con las leyes del sacrificio. Los
corderos de Belén eran famosos por ser los únicos sin manchas y sin defectos, y
estos pastores sabían que su misión no era simplemente cuidar ovejas. Ellos
estaban conscientes de que servían de esa manera al Dios de Israel, cuidando
unos pequeños animales que tipificaban al Cordero
de Dios que habría de quitar el pecado del mundo.
Estos humildes pastores
eran judíos creyentes, y aquella noche, cuando estaban en el campo guardando
los rebaños, vieron la aparición de un ángel que les daba las buenas noticias
de que en ese día había nacido el tan esperado Mesías:
"No temáis, porque he aquí os
anuncio buenas nuevas de gran gozo que será para todo el pueblo: Que os hoy os
nació en la ciudad de David un Salvador, que es el Mesías Señor” Más
tarde, y celebrándolo con ellos, apareció "...una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y
decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, entre los hombres de
su elección!"
Lc 2:8-14.
Bien, cristiano lector,
tales acontecimientos no pudieron pasar jamás en diciembre. ¿Por qué? Simplemente porque por ser sumamente fríos,
los pastores jamás sacaban (ni sacan) sus rebaños fuera de sus cuadras durante
los meses invernales. De esta forma, el primer hecho cierto que determinan las
Sagradas Escrituras es que el Señor Jesús tuvo que haber nacido mucho antes de
comenzar el invierno.
Lo que, según la Escritura, pudo suceder
Otro aspecto importante en
nuestra investigación bíblica para establecer la fecha del nacimiento del
Mesías, es la determinación del tiempo en que Elisabet, la madre de Juan, quedó
embarazada, pues la Escritura registra que Juan era seis meses mayor que Jesús
(Lc.1.26;36).
Para ubicar esta fecha,
observemos con detenimiento el relato de Lucas: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, cierto sacerdote de nombre
Zacarías, del grupo de Abías, y su mujer era de las hijas de Aarón, y su nombre
era Elisabet” (1.5).
Cuando Zacarías se
encontraba ministrando en el Templo, se le apareció un ángel del Señor,
anunciándole el nacimiento su hijo, a quien habría de llamar Juan y relacionándolo con el profeta Elías
(Lc.1.17), y según la tradición judía, Elías tenía que nacer en la Pascua
(comp. Mal.4:5), que se celebra durante el primer mes del año lunar hebreo. Mas
tarde, el mismo Jesús se habría de referir a Juan como si fuera Elías
(Mt.11.14)
Ahora bien, en el Templo
se habían establecido 24 grupos de sacerdotes que ministraban durante el año.
El grupo sacerdotal al cual pertenecía Zacarías era el octavo (1Cr.24:10), y
así, le tocaba servir durante el cuarto mes del año lunar. De esta manera, es
posible saber cuándo le tocó servir a Zacarías. Es previsible inferir entonces,
que tan pronto como Zacarías regresó a su hogar después de aquella tremenda
experiencia, Elizabet quedara embarazada. Esto sucedió alrededor del cuarto mes
lunar, que corresponde a junio-julio aproximadamente. Nueve meses más tarde, a
mediados del mes primero del siguiente año, es decir, durante la Pascua hebrea,
nació su hijo, y seis meses después, nació Jesús, el Salvador del mundo.
El relato del evangelista
Lucas también nos informa la fecha de la concepción del Señor Jesús:
“Después de estos días, su mujer Elisabet
concibió; y se mantenía en reclusión cinco meses... al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, cuyo nombre era Nazaret, a una virgen... y el nombre de la virgen era
María”.
Luego que el ángel le
anunció la concepción y nacimiento de Jesús, añadió:
"Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha
concebido un hijo en su vejez; y para ella, la llamada estéril, éste es ciertamente el sexto mes; pues
de parte de Dios ninguna cosa será imposible” (Lc.1.36-37).
Es muy probable que la
virgen María quedara embarazada en el momento mismo de aceptar la voluntad de
Dios. Fue entonces cuando la sombra del Omnipotente vino sobre aquella
jovencita de la cual habría de nacer el Mesías. Era el sexto mes de embarazo
para Elisabet que corresponde al décimo mes del año lunar (diciembre – enero).
Después María fue a
visitar a su parienta Elisabet, se quedó con ella probablemente hasta el
nacimiento de Juan que, como hemos visto, corresponde a los meses de
marzo-abril ( Lc.1.56).
Si contamos las 40 semanas
del embarazo de María, veremos que terminan precisamente en Sukot, esto es, la
fiesta de las cabañas o los tabernáculos. Un embarazo dura 40 semanas, lo cual
corresponde a 9 meses y medio, según el calendario bíblico. Cada mes lunar dura
29 o 30 días.
Lo que, según la Escritura, sucedió
Finalmente, si adentramos
en nuestra indagación, observaremos que el año bíblico lunar comienza el primer
día del mes de Abib (llamado también Nisán, Ex.12.2); y corresponde a los meses
de Marzo-Abril del calendario gregoriano. A pesar de ser un mandato tan claro y
específico de Dios, con tristeza hemos de reconocer que ni Israel ni la
verdadera Iglesia han puesto la atención debida, antes han aprendido el camino de las naciones (Jer.10.2).
Bate decir aquí que
para el verdadero y único Dios, el Su año
comienza en la fecha antes mencionada. A partir de allí, Él señaló las fiestas
solemnes que Israel debía celebrar en sus
tiempos durante el año, y que son: 1. la Pascua (tipo de Cristo nuestro Redentor 1Co.5.7; 1P.1.19); 2.
los panes sin levadura (tipo de la
Cena Dominical, Hch.20.7; 1Co.11.20-26[10]); 3. las Primicias
(tipo de Cristo en su resurrección, 1Co.15.23); 4. los panes con levadura (tipo de la Iglesia
de Cristo, Hch. 2.1.47); 5. las Trompetas (tipo del traslado de la Iglesia al cielo, 1Co.15.51-52;
1Ts.4.13-17); 6. la Expiación (tipo del Advenimiento del Mesías, Mt.24.27-31;
Lc.21.20-28); 7. los Tabernáculos
(tipo del reino milenario de Cristo en la tierra, Mr.9.2-13; Ap.20.4,6). Una atención especial
a esta última fiesta (Lev.23.5-41) arroja suficiente luz sobre la fecha que
tratamos de determinar.
La fiesta de los
tabernáculos era la última de las celebraciones, y pone fin a la serie de
fiestas solemnes instauradas por Dios. En su orden profético, esta fiesta corresponde
a los acontecimientos que sucederán inmediatamente después del Advenimiento de
Cristo a la tierra. Desde la instauración de Su reino de milenario, hasta la
creación de nuevos cielos y nueva tierra, es decir, durante mil años literales,
la humanidad experimentará la gloriosa realidad de que... Dios morará en Sión (Jl.3.21).
Casi todas las versiones castellanas
del Nuevo Testamento traducen en el Evangelio según Juan 1.14: “Y La Palabra se hizo carne, y habitó
entre nosotros...”
Pero la palabra griega eskenosen (traducida tradicionalmente habitó) en realidad es un verbo que
literalmente significa asentar
tabernáculo. En la Biblia Textual Reina-Valera, la hallamos traducida correctamente
como tabernaculizó. Al mismo tiempo,
dicho término griego es una traducción de la palabra hebrea sucot que se usa para definir
tabernáculos o cabañas.
Este verbo griego que
registra el evangelista nos da una clave muy precisa para formular la siguiente
pregunta ¿Qué fecha más acertada podía escoger Dios, para que Su Hijo naciera
entre los hombres, sino en la fiesta de
los tabernáculos? ¿Cuál otra fiesta
podría ser más apropiada para que el Verbo descendiera a tabernaculizar entre los hombres, sino en la fiesta misma de los tabernáculos?
También hemos visto cómo
esta festividad se encuentra directamente relacionada con el hecho de que Dios llegaría a morar en Sión. El registro del evangelio según Mateo, en donde
el Salvador recibe el nombre de Enmanuel, es en extremo significativo
porque uno de los nombres es Jesús,
por el cual es llamado. El otro, Enmanuel, que significa Dios entre nosotros tuvo su cumplimiento
con la presencia de Jesús
entre los hombres. De allí las palabras del evangelista: el Verbo se hizo carne y tabernaculizó entre nosotros.
¿Y cuándo se celebraba la
fiesta de los tabernáculos? Pues ni más ni menos que el día 15 del mes
séptimo... ¡exactamente seis meses después de la fecha del nacimiento de Juan
el Bautista!
Satanás
“... Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios levantaré mi
trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre
las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo."
Is.14.13-14
Las Sagradas Escrituras
exhiben y explican cómo Satanás pretende ser el gran imitador de Dios (¡Ojalá lo fuera respecto a
Su amor y bondad!). Muchos y grandes son sus ardides en procura por mantener su propósito de
autoridad sobre el mundo. Desde su personificación como astuta serpiente del
Génesis, hasta su postrer manifestación como poderoso dragón apocalíptico, este
"padre de mentira" continuará engañando al mundo entero, y tratando
de engañar a la Iglesia hasta el fin de su carrera (Ap.20.10). Su quíntuple propósito de "ser semejante
al Altísimo" (subiré, levantaré, sentaré, subiré, seré, Is.14.13-14) es
procurado sin descanso, y en éste supremo deseo de maligna imitación, es donde
Lucero manifiesta la esencia de su maldad que es, a saber: la independencia de Dios y su obstinada
determinación por lograr autoridad y adoración en la tierra, usurpando la
gloria divina (Mt.4.9).
Nunca podrá exagerarse la
importancia concedida a la ambición que manifestó Satanás contra Dios cuando se
propuso lograr el dominio del sistema cosmos. Este, su pecado inicial, es la norma y dechado de todo pecado
posterior, sea angélico o humano. Sobre la base de este propósito de
simulación, se puede observar que paralelamente al verdadero programa redentor
de Dios a través de Su Hijo Jesús, el Mesías que había de nacer de una virgen
(Gn.3.15), existe también un falso sistema de adoración mundano el cual va más allá de la antigua
Babilonia y tiene sus raíces en la misma rebelión angelical, en el mismo
"ángel de luz".
Satanás supo insuflar su
torcida influencia religiosa de una justificación
por obras, primeramente en Adán y Eva (Gn.3.7), luego en Caín (Gn.4.3), y
después sobre el mundo post-diluviano mediante la imitación del verdadero plan de salvación propuesto por Dios. Este
maléfico paralelismo ha llevado, y continúa llevando aún, a multitudes hacia un
falso e inútil sistema de adoración, cuyo despropósito (característica de toda
obra de Satanás) tiene como único fin la muerte (Pr.14.12).
Cuando analizamos el
ancestral tema de la idolatría no podemos abstraernos del hecho que algún trozo
de madera o piedra pueda tener en sí mismo una fuerza capaz de cegar, obstinar y apartar al hombre de la
sincera fidelidad a Dios (recordemos que "un ídolo nada es” 1Co.8.4). Las
experiencias de Salomón y otros reyes de Israel evidencian el influjo de un poder superior tras la simple escultura y sus lugares de adoración. En la actualidad, -con algunas
variantes modernas- creemos que tal poder y propósito se
encuentra vigente y es una de las modalidades
con que Satanás energiza la
esfera de influencia de su cosmos (Ef.2.2).
Este poder seguirá actuando con
el mismo propósito de recibir adoración hasta alcanzar su clímax en la acción
que la Escritura denomina "la abominación desoladora" (comp. Mt.24.15, 2Ts.2.4 y Ap.13.4, 15).
Además del propósito
satánico por recibir adoración, es oportuno recordar que el diablo es el
"padre" (inventor) de la mentira.
Según las palabras de nuestro Señor Jesucristo, él "no ha permanecido en
la verdad" (Jn.8.44). Sus engañosos
movimientos envolventes de ayer se encuentran activos hoy en día, y el diablo
los aplica en forma indiscriminada y sin acepción de personas. Los miembros de la Iglesia de Cristo, aun
siendo sinceros, no están exentos de tal eventualidad. Fue a nosotros, los cristianos,
que el Apóstol escribió:
“... el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz"
2Co.11. 14
Pablo
“... Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo
que digo. La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del
cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el
pan, nosotros, con ser muchos, somos un
cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.
Mirad a Israel según la carne; los que comen de los
sacrificios, ¿no son partícipes del altar?
¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica
a los ídolos?
Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios
lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero
que vosotros os hagáis partícipes con
los demonios.
No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis
participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él? "
1Co. 10.14-22
Luego de haber
"amonestado con lágrimas" a los ancianos de la Iglesia de Éfeso, el
apóstol Pablo pudo decir libremente que estaba "limpio de la sangre de todos"
pues no había "rehuido anunciarles todo el consejo de Dios"
(Hch.20.26, 27,31). Así también nosotros, habiendo entendido que "al que
sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado (Jac.4.17), ¿callaremos? ¿U obedeceremos a Aquel que manda: "Clama a voz en cuello, no te detengas;
alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión”? (Is.58.1).
Tenemos urgencia entonces
por gritar una verdad que el Espíritu Santo ha impuesto a Sus hijos, esto es,
la necesidad de abstenerse de los alimentos sacrificados
a los ídolos. El mandamiento está registrado con inequívoca claridad en el
libro de los Hechos, donde se afirma que el creyente "hará bien" si
se guarda de ingerir alimentos ofrecidos por motivos de idolatría (15.20,
28-29). La desobediencia ubica al hijo de Dios en la peligrosa posición de estar provocando a celos al Señor
(1Co.10.22).
Pero, ¿sabe en realidad el
cristiano hoy en día que significa abstenerse de lo sacrificado a los ídolos?
Los fracasos que experimentó el pueblo de Israel descritos en el Antiguo
Testamento están registrados con el propósito de enseñar y exhortar al creyente. Por medio de esos ejemplos, la
Palabra de Dios se propone guiar a la
Iglesia para que no caiga en las mismas
contradicciones y en los mismos errores que cayeron los israelitas.
Si a esta altura, alguien intentara argumentar
que el creyente ostenta un llamamiento con metas y propósitos distintos al del pueblo de
Israel, se podría contestar que tales excusas entorpecen la ya difícil
percepción de esta engañosa acción que Satanás viene ejerciendo sobre los creyentes.
Es evidente que el mismo Dios de Israel es el Dios de la Iglesia de Cristo.
También es evidente que todos los acontecimientos que le sucedieron a Israel están
registrados como advertencia para nuestro provecho espiritual.
Tampoco es aceptable
delante de Dios pensar que nuestra ignorancia en este aspecto nos podría
excusar. Las dramáticas consecuencias de debilidad, enfermedad y muerte que
experimentaban los hermanos de Corinto, fueron experiencias previas a las instrucciones del apóstol
(1Co.11.20-34).
En las páginas anteriores,
hemos observado cómo algunos hechos cometidos por el pueblo de Israel, hubiera
podido ser compartido por ningún cristiano de haber estado en aquel tiempo y
lugar. Hoy, parece cosa fácil pensar que cualquier creyente devoto no se
hubiera opuesto, intentando poner fin a aquella abominable idolatría y a sus
"lugares altos" de adoración. Pero ¡cuidado! En el presente las
tácticas de Satanás y sus aliados han cambiado, y por lo engañosas, presentan
un difícil frente de batalla. El diablo ha sabido armar en su cosmos, en su reino de tinieblas, un confuso
sistema de culto para que él y sus demonios puedan seguir siendo adorados hoy;
y gran parte de la verdadera Iglesia se encuentra transitando ya en esos tenebrosos
predios. Es casi seguro que en estos mismos momentos el creyente se encuentre
asistiendo - sin estar consciente de ello-
a unos lugares tan altos y abominables como lo fueron las
"Aseras" del tiempo antiguo. Es muy factible que muchos cristianos de
hoy estén siguiendo mansamente a las "moabitas" al sacrificio de sus dioses... y a sus comidas.
Nunca podrá ser
suficientemente enfatizado el hecho peculiar de la relación inseparable que todas
estas festividades paganas mantienen con alimentos
y bebidas. Relación que no es menos cierta en los ágapes cristianos y
mencionada anteriormente, aunque el apóstol nos enseña "que el ídolo nada
es en el mundo" (1Co.8.4), sin
embargo, más adelante (10.20-21),
advertirá que lo que se ofrece en
tales fiestas idolátricas es sacrificado a los demonios. Y esto sí es
importante. A diferencia de los
ídolos, los demonios... ¡sí existen, y sí tienen una mesa!
Quienes fuimos criados en
este mundo influenciado por las tradiciones babilónicas; quienes hemos
escuchado y aprendido acerca de estas celebraciones durante toda nuestra vida,
hemos llegado a aceptarlas como algo normal, y a venerarlas como algo sagrado.
Jamás dudamos. Jamás nos detuvimos a investigar si estas costumbres tienen en
efecto su origen en la Biblia, o si derivan de la idolatría pagana y de
Satanás. Hoy, nos asombramos al conocer la verdad... y desgraciadamente, habrá
quienes se llegarán a ofender ante la verdad simple y escueta. Pero, por increíble que
parezca, estos son hechos reales refrendados no sólo por la historia sino por
la misma Biblia.
Hemos podido observar y comprobar cómo el
verdadero origen de la Navidad se encuentra en la antigua Babel. Está envuelto en una apostasía organizada que ha mantenido engañado a los habitantes de
la tierra desde hace milenios.
Nuevamente: la fecha que
Semiramis estableció para el nacimiento de su hijo Nimrod fue... ¡el 25 de
diciembre!
Otra vez: En Egipto, los
seguidores de la religión Mitra siempre creyeron que el hijo de Isis (nombre
que los egipcios daban a la "reina del cielo") había nacido... ¡un 25
de diciembre! Los paganos, en todo el mundo conocido, idolatraban esta fecha
siglos antes del nacimiento de Jesucristo.
De nuevo: El año 168 a.C.
vio el cumplimiento parcial de la profecía de Daniel. Antíoco Epífanes (el
"cuerno pequeño" de Dn.8.9), sacrificó una puerca en el altar del
Templo de Dios en Jerusalén. Siglos más
tarde, esta acción fue revelada por el propio Señor Jesús como un símbolo de la
verdadera y final "abominación desoladora" que cometerá el anticristo
en el Lugar Santísimo (Mt.24.15; 2Ts.2.3-4).
El día que Antíoco escogió para realizar su abominable acto fue... ¡el
25 de Diciembre! ¿Cuál será la fecha que escogerá el anticristo para cometer el suyo?
Jesús, el verdadero
Mesías, no nació ningún 25 de diciembre. Los Apóstoles y los Padres de la
Iglesia Primitiva jamás celebraron el natalicio de Cristo en
esa, ni en ninguna otra fecha. No existe registro bíblico directo que nos
hable de la fecha del nacimiento del Señor Jesús. No existe ningún mandamiento directo o por vía de ejemplo que nos indique su
celebración. Ya hemos visto que cuando
Jesús nació, la Escritura registra que "había pastores en la misma región,
que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño"
(Lc.2.8). Esto jamás pudo haber acontecido
en Judea durante los meses de diciembre y enero. Los pastores traían sus rebaños de los campos
y los encerraban en los pesebres a más tardar a mediados de octubre para
protegerlos de la estación fría, lluviosa y nevada que se avecinaba. En la Biblia se comprueba (Cnt.2.11; Esd. 10.9,13) la verdad de que el invierno era
época de lluvia y frío, lo cual hace imposible inferir que para tal fecha los
pastores permanecieran de noche en el campo con sus rebaños. Este hecho
evidencia la imposibilidad de que nuestro Señor haya nacido después del mes de
septiembre.
La Navidad es una fiesta mundana
Dios nos advierte en Su manual de instrucciones que, aunque
nuestra intención sincera sea honrarle, Él no aceptará ningún tipo de ofrenda
como no sea la que específicamente declara Su Palabra (Dt.12.13-14). De haber
querido Dios que guardáramos y celebráramos el cumpleaños de Jesucristo,
seguramente no habría omitido la más importante
de las fechas. Y esto debería llamar la atención del cristiano lector, pues la
única mención que hace la Escritura en relación con los "cumpleaños"
de los hombres, es por demás significativa, al observar que (en palabras de
Orígenes) sólo los pecadores como Faraón
y Herodes celebraban con gran regocijo el día que habían nacido en este mundo
(Gn.40.20 y Mt.14.6). A cambio de esto, para la Iglesia sólo existe el mandato
bíblico de recordar (no celebrar) la
muerte de su Salvador cada primer día de la semana (1Co.11.24-26 y Hch.20.7).
Diciembre, mes de Satanás
Así como Dios señaló en
sus fiestas solemnes a Abib como el primero de los meses del año (Ex.12.2),
Satanás, su adversario, su impostor y simulador, también ha deseado siempre
tener su mes. ¡Y en verdad lo tiene!
Diciembre, sin lugar a dudas, es el mes de Satanás. Durante ese extraño mes,
mezcla de comedia y tragedia, Satanás ordena la celebración de sus engañosas
fiestas de la Navidad y el año nuevo con jolgorio y comidas en todo el planeta. Hasta en el lejano Oriente, en la
milenaria China, al igual que los occidentales, sus habitantes celebran su
nuevo año con grandes banquetes. Luego de las comilonas, los chinos se dedican a pasear públicamente a su dragón. ¿Alguna reminiscencia con
Ap.12.3,9 cristiano lector?
Para este año, millones de seres humanos, a la sola orden de la
"Babilonia romana" se sentarán a comer el sacrificio de "la mesa
de los demonios". ¿Cuál será el
número de cristianos que estarán compartiendo
esa mesa? ¿Estará allí la virgen y pura
Novia? ¿Estarás tú allí?
Entiéndalo o no el
creyente, las Sagradas Escrituras advierten solemnemente que si él come
alimentos ofrecidos a los ídolos con motivo de festividades paganas,
inevitablemente se hallará comiendo y bebiendo de la mesa y de la copa de los demonios,
y al mismo tiempo, inevitablemente, estará moviendo a celos al Dios que lo rescató.
La Navidad es ejemplo del lucro del mundo
Consideremos otro aspecto
muy actual del asunto. ¿Acaso no es la Navidad es una fiesta comercial,
auspiciada por la más descarnada publicidad que sostienen industrias y
comercios de todo tipo? Los "papá Noel", los árboles y arbolillos de todo tipo; las
guirnaldas, en sus miles de formas y colores; los aguinaldos, los pesebres, las
decenas de miles de artículos para intercambiar regalos, y sobre todo, la más
fabulosa variedad de comidas y bebidas, se conjugan en un esfuerzo para invocar
el espíritu de la Navidad, el cual,
con enigmática precisión, desciende año tras año para mantener la farsa de un
mundo independiente de Dios que, por
unos días, pondrá en sus labios no lavados con la Sangre, el Nombre Santo, y
por unos días pretenderá amar y confraternizar para, presto, seguir en pos de
sus enemistades, blasfemias, adulterios, homicidios, mentiras, avaricias,
crueldades, robos y secuestros; y toda obra detestable (Sal.50.16) que siguen
los seguidores del príncipe del mundo.
La gente crédula ha
llegado a estar tan convencida por estas tradiciones, que se niega a reconocer
la triste realidad que subyace en este satánico asunto de la Navidad; y porque
así lo acepta, recibe año tras año ese misterioso espíritu navideño que, como Nimrod, es revivido y desciende en sus
almas con extraña fuerza, no para honrar a Jesucristo... ¡sino para vender más
y más mercancías y comidas y bebidas!
La Navidad es una fiesta mentirosa
Además de la falsedad de
su origen, de su fecha, y de su propósito, la Navidad es también una
celebración mentirosa. Esto es, la
Navidad es una ocasión muy particular en que los padres mienten
a sus hijos. Los engañan narrándole falsas historias acerca de los "papá
Noel", los “Santa Claus”, los "Reyes Magos" o el "Niño Jesús"
y las fábulas de sus regalos.
Los padres castigan a sus
hijos por decir mentiras, pero en estas
fechas ellos mismos las propician y así, al llegar a la edad adulta, ¿nos
extrañaremos si nuestros hijos han llegado a creer que Dios es un mito? Pero... después de todo, ¿por qué la Navidad
no habría de estar envuelta en la mentira, si sus cimientos, más antiguos que la misma Babilonia, fueron
echados por el mismísimo padre de la
mentira? (Jn.8.44).
Por el contrario, la
Palabra de Dios nos manda que “desechada la mentira, hablemos verdad cada uno
con nuestro prójimo” (Ef.4.25).
La antigua pero muy actual
herejía del catolicismo romano que defiende e impone la divinidad de la virgen
María, su supuesta "asunción" al cielo, y su entronización como
"co-redentora" del género humano, no es sino la continuación de aquel
plan satánico de adoración de la antigua "reina del cielo"
babilónica, que el profeta Jeremías relaciona con el culto de adoración
"madre-niño" (44.17-19).
Como en antaño, ahora también Satanás sigue presentándose como "ángel de
luz", y continúa disfrazando a sus demonios como "ministros de
justicia". Éste, y todos los años
por venir hasta la venida del Señor en gloria, se derrocharán inútilmente millones
de millones en esta celebración sin propósito, mezcla de vanidad y tragedia,
mientras el hambre, la desigualdad, y la injusticia seguirán reinando en el
mundo bajo la autoridad de su príncipe.
¿Qué es todo esto sino la
continuación del infame sistema babilónico? Y esta patética representación se
muestra más trágica aún cuando un gran número de los creyentes que conforman la
verdadera Iglesia de Dios, sin saberlo se inclinan ante la gran ramera Babilonia,
la madre de las abominaciones de la tierra. Bueno les será a tales hermanos
tomar para sí la amonestación que dice: "Salid
de ella pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis
parte de sus plagas" (Ap.18.4).
Cuando el creyente
participa de la mesa del Señor, y al mismo tiempo de la mesa de los demonios,
está moviendo a celos al Señor; esto es, celos maritales. A fin de expresar la gravedad del asunto, Dios en Su
Palabra pone el ejemplo del adulterio dentro
del matrimonio como símbolo de un más grande pecado: el adulterio espiritual.
En otras palabras, al compartir con la mesa de los demonios, el creyente está moviendo a celos a Dios. Lo está traicionando...
Pablo escribió a la
iglesia en Corinto acerca de las graves consecuencias que ya estaban experimentando sus miembros por acercarse sin discernimiento a la mesa del Señor. Nótese que
falta de conocimiento en este aspecto no justificó ni impidió el juicio
disciplinario del Señor, pues la advertencia del apóstol fue hecha con posterioridad a los efectos de
debilidad, enfermedad y aun de muerte que se manifestaban entre los corintios
(1Co.11.27-32).
Quizá a esta altura algún
cristiano lector podría argumentar: “¡Exageraciones! Si estamos cometiendo un
error tan grave y terrible... ¿por qué Dios no nos ha advertido antes? ¿Dónde
están los resultados y efectos de desobediencia tal? No veo que esto esté
afectando mi vida, ni la de mi Iglesia”.
A tales razonamientos es
fácil oponer que las consecuencias de este particular pecado son tan
devastadoras e inmensas, que sólo pueden expresarse en superlativos.
En primer lugar, Dios ya nos advirtió. De manera clara y
diáfana nos advirtió y nos sigue advirtiendo en Su Palabra, y lo que agrava más
la situación es que Él no hará nada más
que eso. El dilema entonces consiste en escoger a quién seremos fieles: si a la
Palabra de Dios o a las tradiciones que nos impone el mundo.
Este engaño ha sido urdido
en forma tan artificiosa y sutil, y durante tanto tiempo; y el propósito del
plan es tan efectivo, sus resultados tan obvios y están tan cerca de nosotros,
que simplemente... ¡no alcanzamos a percibirlos! Quizá lo notaríamos si, de
alguna forma, pudiéramos establecer una comparación entre lo que hoy (tristemente)
llamamos Iglesia, con Aquella sana y triunfante; unida en la verdad, llena del verdadero
poder y amor que describe la Escritura.
Falta de unión
Porque para cualquiera es
fácil comprobar (y esto lo afirmamos con toda certeza) la desunión y
fragmentación que sufre la Iglesia de Cristo actualmente; de allí su falta de
poder. Y a esta altura, tampoco podrá alguien justificarse apropiándose
ilegítimamente (como si fuera un patrimonio de los santos) de la obra gloriosa
y perfecta que el Espíritu Santo está haciendo a favor de los llamados mediante
la predicación del Evangelio. La salvación de los hombres es una obra de Dios,
y como tal, nada ni nadie la puede detener. Sin embargo, el galardón del
creyente es mantenido mediante un esfuerzo personal de sincera fidelidad de
cada uno de los miembros de la Iglesia hacia su Salvador.
Así, cualquiera que se
atreva ni siquiera a suponer que la vida y ejemplo de los santos testifica hoy
de manera silente la unión inefable del Padre y el Hijo, no percibe una de las
más grandes y tristes realidades que padece la Iglesia. Nunca antes como en el
presente, el Cuerpo de Cristo ha exhibido un fraccionamiento tan grande por
motivos tan pequeños y mezquinos; en torno a parcelas de opinión, de poder, y
de dinero.
Siendo como es, una la doctrina de la Biblia, sin
embargo la Iglesia se sigue separando y subdividiendo en diferentes grupos y
grupúsculos de opinión y de poder. Y, por otra parte está unida; pero no en la verdad, sino en torno a las interminables
y cada día nuevas herejías que conforman los tenebrosos pilares del ecumenismo.
La vergüenza propia de
quienes inventan, viven y practican este tipo de apostasía (no importan cuán
antiguas o nuevas sean) justifican su posición con términos que, de alguna
manera aparentan ser naturales, pero que de ninguna manera puede ocultar el
hecho que dividen el Cuerpo de Cristo (¿...y tú hermano, de qué denominación eres?).
Términos tales como el denominacionalismo (palabra ésta que no se encuentra en ningún
diccionario y obviamente tampoco en la mente de Dios) son utilizados y aceptados normalmente por los creyentes con pasmosa
laxitud. ¿Se imagina Ud. a un miembro de
la iglesia primitiva en Jerusalén preguntando a uno de la iglesia en Antioquía
cuál era su denominación? ¿Acaso podemos pensar en alguno que pregunte a su
compañero de momentáneo infortunio (antes de ser comidos por las fieras en el
Coliseo) si es pentecostal o bautista? (Y a esta lista el cristiano lector
podrá añadir sus propios ejemplos y experiencias).
Es indudable que la
Iglesia de Cristo sigue fallando rotundamente en presentar el testimonio de
unidad que el Salvador suplicó que tuviéramos (Jn.17.1-26); y hasta tal punto
es así, que la fragmentación de la Iglesia se exhibe patéticamente cada día en
cada Santa Cena mediante esos diminutos (¡pero higiénicos!) receptáculos, que
grotescamente pretenden simbolizar aquella única
copa de bendición que nos une en
el Nuevo Pacto de Cristo (Mr.14.23; 1Co.10.16).
Falta de poder
Alejada de la Palabra de
Dios, la Iglesia de Cristo adolece de poder. Claro está, podemos encontrar hoy
payasos y mercaderes de un pseudo evangelio que parece tener poder, pero su origen es engañoso y su efecto vano
pues procede del dios de este siglo, y su engaño se muestra toda vez que sus
representaciones en poco o nada difiere de las manifestaciones paranormales del
oriente cuyos designios impresionan al ojo pero dejan intacto el corazón
pecaminoso.
La incapacidad del
creyente para entender la única y
verdadera doctrina de la Escritura es en extremo sospechosa. No sólo las
grandes, sino también las más pequeñas doctrinas están expresadas con meridiana
claridad en la Palabra de Dios. Sólo hay
una forma de doctrina, y ésta fue
dada una vez por todas a los santos
(Jd.3). ¿Por qué entonces el cristiano
falla en conformar su vida al patrón celestial? ¿Por qué la Iglesia no puede
cumplir su constante declaración de hacer de la Palabra “su única regla de
vida, fe y conducta?
El exceso de unos no
justifica el escepticismo de otros; y viceversa, la desconfianza de éstos, no
debería dar lugar al rechazo por parte de aquéllos; y esto tiene menos
justificación cuando vemos que cada uno de esos temas se encuentran expresa y
particularmente registrados en la Biblia con meridiana claridad.
Si aceptamos que Dios nos
dejó en su Palabra la instrucción suficiente para que la Iglesia pueda actuar
como un sólo Cuerpo, y en efecto nos
la dejó (Ef.4.4-6), entonces debemos aceptar que algo que anda muy mal en nosotros; algo que nos impide ver la
necesidad impuesta por la Palabra y por el Espíritu Santo. Es nuestra firme
convicción de que esta falta de introspección tiene su origen en el tema que
venimos tratando.
Hoy, la Iglesia demuestra
su incapacidad de presentar un frente unido en la verdad ante quienes persiguen
y adversan el evangelio; pero sí acepta las herejías más novedosas, bajando la
cabeza en señal de aprobación y conformidad, y hasta coopera con quienes
ridiculizan y deforman el Evangelio.
Y por cuanto la Novia ha quitado sus ojos de la única luz que
alumbra en las tinieblas (2P.1.19), se ha debilitado y su capacidad de análisis es casi nulo. Y tan nulo es, que ni siquiera comprende cuál
podría ser su poder y gloria en caso que, simplemente, se decidiera a obedecer la Palabra de su Esposo. Al igual que los muchos “vasitos” muestran la falta de
unión en la Iglesia de hoy, el jugo de
uva que se vierte en lugar del vino
(que representa la permanente fuerza y eficacia de la Sangre Divina), expresa
su debilidad.
¿ Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
Lc.6.46
Epílogo
¡Ojalá me soportarais un poco de insensatez!
Pero... soportadme, pues os celo con celo de Dios;
porque os desposé con un solo marido,
para presentaros como una virgen pura a Cristo.
Pero temo que, así como la serpiente
con su astucia engañó a Eva,
sean desviados vuestros pensamientos
de la sinceridad que es en Cristo.
(2Co.11.1-3)
La confabulación satánica
Leyendo la narrativa
anterior, el cristiano lector habrá podido observar la triste experiencia del
pueblo de Israel, el cual, durante cuarenta años, creyó llevar el
tabernáculo de Dios. No fueron ellos, sino sus descendientes quienes
tardíamente comprendieron que lo que en realidad transportaron sus padres en su
peregrinación por el desierto era el tabernáculo de... ¡los mismísimos
demonios! (Am.5.25-27; Hch.7.40-43).
Esta experiencia
constituye una clara advertencia al cristiano para guardarse en servir a su
Dios, Padre y Salvador, no conforme
a las tradiciones del mundo, sino como Él
lo ha dispuesto. Dios advierte en Su Palabra que no aceptará el tributo de
personas que, queriendo honrar a Su Hijo
adopten costumbres paganas. Aunque a los
creyentes le parezcan bien ciertas formas de honrar a su Padre
Celestial, y aún por medio de altísimos y píos pensamientos, intenten justificar
sus acciones, será sabio considerar la posibilidad de que podrían hallarse
honrando en vano al Señor al
practicar como doctrinas mandamientos de
hombres (Mt.15.6).
* * *
Considerados los hechos,
aún con perplejidad y asombro, hemos de aceptar la cruda verdad de que las
celebraciones de la Navidad y el año
nuevo son costumbres idolátricas y paganas que
-a la luz de la Palabra de Dios- representan una clara realidad de aquellos
"lugares altos" en los que Israel adoraba a los dioses cananeos.
En días por venir, muchos
creyentes fieles, sinceros,... pero engañados, estarán asistiendo,
inclinándose, comiendo, y contaminándose espiritualmente; traicionando con los
demonios al Soberano que los rescató.
Ahora bien, querido
hermano, luego de haber leído estas líneas ¿te has considerado a ti mismo?
¿Cuál es el alcance de tu fe? ¿A quien reflejas en tu vida?
¿Al rey Salomón? ¿... o quizá a Jeroboam?
¿Como quién anhelas
ser? ¿Cómo el rey Asa?
¿O quizá tu aspiración es
llegar a ser como Moisés, o Josías?
¿Alcanzas a distinguir los "lugares altos" en tu vida y en
tu Iglesia? ¿Los podrás quitar de allí?
Es indudable que el tema
tratado es conflictivo y controversial;
y es verdad que las cosas nuevas se hallan expuestas a incomprensión, vituperio
o rechazo, y lo mejor, por un
momento, a ser tratado como lo peor. Te invito a meditar sobre el tema con una
mente libre de prejuicios, pues aunque lo tratado resulte nuevo para ti, es tan
antiguo como la Biblia y la historia
misma. Liberándote por un momento de las tradiciones del mundo, considera la posibilidad de que lo tratado aquí pueda
ser verdad. No consultes sino con Aquel que vertió su preciosa Sangre por ti;
Aquél a quien anhelas servir. Ve ante Cristo Jesús con sincero corazón e
inquiere conforme a Su Palabra. El te
responderá.
Bibliografía seleccionada
Enciclopedias :
Enciclopedia Católica
(edición 1911)
Enciclopedia de la Biblia
(Edic. Garriga, 1969).
The Interpreter's
Dictionary Of The Bible (Abingdon Press 1962).
Enciclopedia Americana
(Edic. 1944).
Enciclopedia Británica
(Edic. 1946).
The New Schaff-Herzog
Encyclopedia of Religious Knowledge.
Comentarios :
Comentario de Adam Clarke.
Answer to Cuestions
(Frederick J. Haskins)
Biblia anotada (C.I
Scofield)
Obras:
Historia de la Iglesia
Cristiana (W.Walker).
Teología Sistemática
(L.S.Chaffer)
Imperial Rome (Edic. 1965)
The two Babylons (Edic.
1959)
Revistas :
Bibliotheca Saccra
(Vol.18).
La Pura Verdad (Edic. respecto a la Navidad).
El Pueblo Elegido (JAMI Nº
52-12-55 87).
[1]En el paganismo babilónico, Cus, padre
de Nimrod, era conocido como Bel (= Confundidor) y Caos (según la historia, padre de Ninus= Nimrod).
[3] La Biblia Textual traduce: “Desde esta tierra, siendo fortalecido,
salió y edificó Nínive, Rehobot Ir, Cala” Gn.10.11.